lunes, 5 de enero de 2009

...Y carbón para los que no han sido buenos


 "Vivimos de espalas al dolor. Vivimos cada uno en su pequeño mundo intentando permanecer ajenos al dolor de los otros, y ajenos también a los que están cerca, los que sufren, haciendo como si no pasara nada”. Así arranca el documental de Isabel Coixet Viaje al corazón de la tortura, y de la misma manera comenzaba un trabajo que hice sobre la guerra de Yugoslavia. Al adentrarme en un mayor conocimiento de lo ocurrido no me aguardaba ninguna sorpresa, tal vez una decepción (por lo que tenía de repetido). Allí estaban entre las causas de la guerra: los intereses de las grandes potencias, la política, la ambición de poder, la mentira, el dinero como motor del odio, y también la religión. La estupidez y la infame condición humana hicieron el resto.

Estos días, nos despertamos, comemos y nos acostamos con las trágicas imágenes de palestinos muertos o heridos, de gente inocente, cuyo dolor y sufrimiento queda cubierto, al igual que la conciencia de los asesinos, tras un colchón de mentiras y palabrería gubernamental. El dolor siempre es el mismo, y el escenario también: el fuerte aplastando al débil.

Aunque todo esto suene muy dramático, tampoco hay que exagerar. Seguro que a los responsables ni siquiera les quita el sueño. Y por ahí hay alguien a quien el gato le ha comido la lengua. Se le llena la boca para hablar de la crisis y socorrer a los bancos (aunque todavía no sea el presidente en funciones), en cambio, cuando surge el primer conflicto internacional, se va de vacaciones con la mujer. Si es que los colegas, son los colegas. Ya lo pronosticó Maruja Torres en un artículo publicado mucho antes de las elecciones presidenciales: el cambio más llamativo sería el color de piel, en cuanto a la política internacional, poco o nada iba a cambiar. Y puso, además, el ejemplo de Israel, su socio del alma.Me paro aquí, tampoco quiero estropear una fiesta tan bonita como la de los Reyes Magos ¡de Oriente! Os dejo algunas reflexiones acerca del origen de la violencia.

 “Hoy en día, mostrar el horror en primer plano ya es socialmente incorrecto. Hoy, todas las fotos donde aparecen personas mienten o son sospechosas, tanto si llevan texto como si no lo llevan (…). Cada cual puede elegir cómodamente la parcela de horror con la que decorar su vida conmoviéndose (…). Ahora, nuestra simpatía de oficio hacia toda clase de víctimas nos libera de responsabilidades. De remordimientos”. (El pintor de batallas, Arturo Pérez Reverte).

¿Es esto cierto? ¿Nos reconocemos en estas palabras? Se puede afirmar con rotundidad que los que no han visto una guerra de cerca y los que sí la han vivido son distintos.¿De dónde sale tanto odio? ¿Tanto miedo? ¿Cómo pueden llegar a hacerse eso mutuamente? Casi seguro, es algo que podría ocurrirnos a todos nosotros.El protagonista de El pintor de batallas intenta responder a estas preguntas: “El hombre tortura y mata porque el lo suyo, le gusta. ¿La razón? La inteligencia, supongo. La crueldad objetiva, elemental, no es crueldad, La verdadera crueldad requiere calculo, inteligencia. (…) Nuestra inteligencia compleja nos empuja a depredar bienes, lujos, mujeres, hombres, placeres, honores,… Ese impulso nos llena de envidia, de frustración y de rencor”. Resulta interesante comparar esta argumentación con lo que decía P. P. Pasolini hace más de treinta años: “(…) en cierto sentido todos somos victimas. Y todos somos culpables. Porque todos están dispuestos al juego de la masacre con tal de tener. La educación recibida ha sido: tener, poseer, destruir. El poder es un sistema de educación que nos divide en sojuzgados y dominadores. Cuando yo ejerzo la violencia para conseguir algo (obtener lo que quiero). ¿Porqué lo quiero? Porque me han dicho que es una virtud quererlo. Yo ejerzo mi derecho-virtud. Soy asesino y soy bueno”.

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