domingo, 4 de enero de 2009

La revolución al alcance de una cámara


Espoleado por las noticias que llegan de Gaza, me he propuesto recuperar cierto cine combativo que surgió en Brasil (también en otros países) como respuesta a una situación de dominio y explotación. Las ideas y el arte pueden ser un arma efectiva para combatir las injusticias.

A principios de los años sesenta surgió en Brasil una generación de jóvenes realizadores que intentó combatir la situación de pobreza intelectual en que se veía inmerso el cine nacional. Éste estaba por aquel entonces dominado, en su gran mayoría, por la chanchada, “film musical brasileño típicamente carioca narrado en clave de humor” . Paralelamente a este subgénero folclórico, una emergente productora de São Paulo, la “Companhia Cinematográfica Vera Cruz”, desarrolló una producción fílmica sustentada en los medios técnicos más avanzados, pero que olvidaba (o, más bien, evitaba deliberadamente) cualquier aspecto relacionado con la condición socio-política del país. La Vera Cruz fue maliciosamente bautizada por algunos como “una especie de Hollywood en el trópico de Capricornio” , ya que sus intereses se centraban especialmente en la creación de una industria similar a la norteamericana y en la producción de un cine exclusivamente comercial. Esta maquinaría financiera redujo la libertad de los autores que no estaban adscritos a este sistema. La reacción de la nueva hornada de cineastas que florecía en aquel momento fue una propuesta revolucionaria para acabar con este cine anodino y dominado por los intereses económicos. Su intención era poner punto y final a una serie de films que no expresaban la auténtica realidad de Brasil.

Aunque la fecha oficial del nacimiento del Cinema Nôvo fue establecida en 1962 (con el estreno de Barravento, de Glauber Rocha, y Os cafajestes, de Ruy Guerra), las fronteras reales de esta corriente fílmica siempre han estado algo difusas (se suele tomar como cinta precursora de este movimiento al film Río, 40 grados, rodado en 1955 por Nelson Pereira Dos Santos). Sin embargo, la intencionalidad reivindicativa y crítica (con un claro compromiso de izquierdas) ha quedado siempre claramente manifiesta. Como afirma el especialista Román Gubern, “el hambre, la alienación religiosa (cristianismo impregnado de paganismo ), la sequedad de la tierra castigada por un sol implacable, la dominación colonial de los monopolios norteamericanos y el caciquismo latifundista son la savia que nutre a este cine de la indignación y de la cólera, en la más cabal expresión en clave poética del drama del Tercer Mundo que ha asomado hasta hoy en las pantallas”.

Sin lugar a dudas, Glauber Rocha fue la figura más importante del Cinema Nôvo. Nacido el 14 de marzo de 1938 en Vitória da Conquista (Estado de Bahía), Rocha se educó en el seno de una familia presbiteriana. Comenzó a ejercer la crítica de cine en una emisora de radio a la temprana edad de trece años. Tres años después ya dirigía teatro y, a los dieciocho, funda la Sociedad Cooperativa de Cultura Cinematográfica “Yemanjá”, destinada a la producción de películas. Poco estimulado por sus estudios de Derecho, abandonó la universidad y llevó a cabo una intensa actividad periodística en su Bahía natal. Sus textos fueron profundamente polémicos. En ellos, expresaba una ideología de carácter marxista que rápidamente se convirtió en el emblema del Cinema Nôvo, movimiento del que Glauber, sin ser pionero en su formulación, se convirtió, no obstante, en su principal y más destacado teórico: “La más auténtica manifestación cultural del hambre es la violencia. La mendicidad, tradición venida de la piedad redentora y colonialista, ha sido la causa del estancamiento social, de la mistificación política y de la fanfarrona mentira cultural. El comportamiento normal de un hombre hambriento es la violencia, pero la violencia de un hambriento no es primitivismo. La ‘estética de la violencia’ antes de ser primitiva es revolucionaria, es el momento donde el colonizador se da cuenta de la existencia del colonizado. A pesar de todo, esta violencia no está impregnada de odio sino de amor, aunque se trata de un amor brutal como la misma violencia, porque no es amor de complacencia o contemplación sino amor de acción, de transformación”.

En 1967, Glauber realizó su obra maestra, Terra em transe, donde abordaba la temática del golpe militar del 64 a través de una puesta en escena barroca y crispada. Película de singular fascinación visual, este film contribuyó al exilio forzoso de su autor, que, al no encontrar apoyo financiero en su país, se vio obligado a emigrar a África y Europa

1 comentario:

Enzo Buonfiglio dijo...

No conocía a este director pero por lo que te he leído merece la pena. Dicen de él que murió por "exceso de creatividad", buena manera ,entonces, de morir.
Veo una decisión muy acertada la de descubrirnos nuevos cineastas, movimientos y propuestas creativas, a la vez que combativas y comprometidas con la realidad.

A la espera de más.