lunes, 8 de diciembre de 2008

Ese dulce encantamiento o la modorra del empacho


Adelantándome a los regalos navideños, os traigo un extracto de un artículo de Manuel Vázquez Montalbán publicado en Octubre de 1970, bajo el título 1970. Los ritos de la fiesta o los estuches transparentes. En él, Vázquez Montalbán denuncia, con su particular ironía, el consumo irresponsable revestido de falsa felicidad de las fiestas navideñas, así como la asimilación ciudadana de unos ritos religiosos convertidos en actos mercantiles. Se lamenta el autor de la pérdida de conciencia y raciocinio de una sociedad oprimida que cede ante la persuasión publicitaria, y que baila al ritmo de las campanitas de navidad. Una sociedad que se entrega al milagro consumista como válvula de escape o como antídoto narcotizante. Sorprende, desde nuestra perspectiva histórica, la visión crítica y capacidad de análisis de Montalbán, y más en un momento en que a la dictadura todavía le faltaban cinco años para expirar. Pero, resulta inocente si la comparamos con el momento actual: los ritos de los que él hablaba están tan asimilados y magnificados que más que de paréntesis racional, se debería hablar de abismo emocional.

“Como si se tratara de una tregua de racionalidad, cada año, al calor-frío del mes de diciembre se renueva todo el ritual navideño. No aludimos a un ritual religioso, sino a un ritual civil, que implica a toda la ciudadanía de un país y que tiene en las grandes ciudades su apoteosis de liturgia del consumo, servida por los más variados signos exteriores, curiosamente derivados de la liturgia religiosa. Hay una serie de objetos-símbolo que han envilecido su origen semántico para devenir mero lenguaje publicitario y sin embargo el escándalo por esta sustitución nunca se ha planteado, hasta tal punto la tregua de racionalidad a la que aludíamos es profunda e inalterable.

Hagamos un balance de estos objetos-símbolo: estatuaria de nacimiento, adoración de los reyes, estrella de Belén, vegetación escandiavo-palestina. Hay que añadir otros objetos-símbolo que han conseguido, fuertemente impregnados de tradición, un salvoconducto casi bíblico: el pavo trufado, los barquillos, el turrón, el champán y todas las variantes gastronómicas de cada localidad. Hasta aquí nos moveríamos en un cándido mundo mitificado, como un bosque falso pero encantado, y con encanto, en el que una vez al año, al menos una vez al año, a la manera de un carnaval del sentimiento, se montara la escenificación de una vida más propicia.

Pero a partir de estos objetos-símbolo y con el auxilio de los usos y costumbres, el comercio moderno ha irrumpido con técnicas de marketing y temperatura de coordenadas en este pequeño reino íntimo y afortunado de la Navidad y ha creado la Navidad Consumista, ni blanca ni negra, sino la Más Navidad o lo que podríamos llamar, la Bio Navidad.

Y así, este juego de la abundancia, ingenuo y compensador, no ha escapado a la manipulación calculada y a la alienación de la fiesta, de toda fiesta que ceda la inversión de abandonismo que el ciudadano medio puede permitirse en tiempos prohibidos, se suma la alienación de la fiesta convertida en negocio para otros, en un gran negocio, con características especiales, que exige un tiento especial para que no se rompa el sutil encantamiento de las campanitas de Belén, con acompañamiento coral de tiernos e inocentes niños, glosadores del burro y el buey de la abundante hagiografía navideña: Esta fiesta convertida en la más gigantesca operación comercial anual, adquiere su marco más propicio en la ciudad, devenida en sí misma en un estuche ornamentado como objeto de regalo; estuche envolvente dentro del cual se perciben otros estuches que a su vez encierran otros, como en un juego de muñecas rusas transparentes."

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