domingo, 23 de noviembre de 2008

El sueño de la razón produce monstruos


Poeta es todo aquel que siente el deseo irrefrenable de transgredir verdades establecidas. Bajo esta máxima, queremos recordar la primera película David Lynch,  un artista que siempre ha entendido el cine como un arte, una obra abierta a nuevas lecturas, nuevas representaciones que permiten transformar la realidad. Pues, de otra manera estaríamos atrapados por la tradición. 

Se  trata de Erasehead (1977), un film en blanco y negro, que pone en escena los fantasmas del deseo, envuelto en una atmósfera enfermiza y llena de sugerencias.

Al comenzar, una ingrávida cinta parecida a un espermatozoide magnificado sale de una cabeza que flota en el espacio y parece fecundar un óvulo gigante. A partir de ahí, se suceden todo tipo de imágenes evocadoras del abandono del seno materno por el nuevo ser: la serie culmina con la aparición de un ser deforme, medio enano, con aspecto de oficinista, que camina solitario por un paisaje lleno de referencias a la civilización industrial (en su faceta de fotógrafo, David Lynch se caracteriza por las imágenes de viejas fábricas solitarias en blanco y negro). Cuando este personaje solitario visita a una familia cuya hija está preñada, las sospechas de paternidad recaen sobre él, que incapaz de escapar a la fatalidad, acepta las consecuencias. De esta manera, nace un ser monstruoso, informe, húmedo y babeante. La vida en común de estos personajes pone de relieve los aspectos más disparatados de la convivencia: la crueldad, el masoquismo, el egoísmo, el dolor, la enfermedad, el odio, la miseria, los tabúes… Cuando los hombres sueñan lo hacen con un paraíso de cartón piedra y escenas de pastel de nata y fresa, pero la pesadilla invade el sueño, la cabeza del persona. Finalmente, este individuo se siente pieza de un engranaje que lo utiliza, aunque sea para algo tan insignificante como la goma de borrar del clásico lápiz americano. El film termina con el intento de asesinato del hijo por el padre que hace saltar al planeta en pedazos, para concluir con la ascensión a los cielos.

El estilo de Lynch pone en imágenes la dolorosa belleza de lo atroz, una puesta en escena que agita los cinco sentidos y que nos incita a escapar del imperio de la razón. 

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