“Sería un error que unos meses de crisis acaben con más de 60 años de éxito y libre mercado”, estas “sabias” palabras las pronunció esta semana el todavía presidente de EEUU, George W. Bush, el peor valorado de la historia, según las encuestas. Un incomprendido, al que “la historia le hará justicia”, según el ex presidente, y ex señor con bigote (tan solo queda una sombra), Aznar. Quien se ha convertido en una especie de “francotirador con altavoz”, que igual postula negando el cambio climático; que aparece en Túnez alabando “el progreso y apertura” del país, la más férrea dictadura del noroeste de África, según Amnistía Internacional; o denuncia en un periódico checo, mientras visitaba en Libia a su líder militar Gaddafi, la “tiranía” de Cuba. Está claro, el lleno de la botella o el color de las cosas depende de los ojos con que se mire. “Es que tú me miras con malos ojos”. Pues eso.
A estos dos “señores de la guerra” les une su gran contribución a “la seguridad y la extensión de la libertad” (¡Qué palabra tan envenenada!), así como su afición a tirar “pa lante” con lo dicho y mirar para otro lado cuando las cosas se ponen feas. Su posición privilegiada se lo permite. En este caso, cuando alguien comete un acto despreciable, inhumano, sobre todo si tiene consecuencias graves sobre millones de personas, puede pedir disculpas y enmendarse o replegarse en su propia coraza, hecha de las mismas mentiras y justificaciones, mil veces repetidas. Si se elige la segunda opción, más vale que la coraza se convierta en una fortaleza protegida, pues la humillación, el desprecio y la exclusión social constituyen un semillero de odio que se puede volver en su contra. Tanto la guerra como el libre mercado crean dos bandos enfrentados: vencedores y vencidos, poderosos y débiles, ricos y pobres. De tal manera que, cuanto mayor es la diferencia entre unos y otros, mayor es la valla que les separa.
Naomi Klein detalla en su libro La doctrina del shock (¡ese pedazo de libro!) cómo desde el 11S la seguridad nacional se ha convertido en uno de los negocios más rentables. En él, la autora reproduce algunos extractos del documento escrito por John Rovv, un antiguo comandante de Delta Force convertido en exitoso consultor en temas de seguridad. Quien anuncia un mundo de zonas residenciales de seguridad, donde aquellos que estén fuera del recinto, “ se las tendrán que ver con los restos del sistema nacional. Gravitarán en torno a las ciudades norteamericanas donde estarán sujetos a la ubicua vigilancia y a los marginales o inexistentes servicios. Para los pobres no habrá otro refugio".
Un siniestro presente, más que un probable futuro, que es retratado con crudeza en La zona (Rodrigo Plá, 2007), una película que pasó sin pena ni gloria por los cines. En ella, tres jóvenes aprovechan la oportunidad para colarse en una zona residencial vallada, con el objetivo de robar. Un lugar donde rige una justicia particular a la medida de las necesidades de sus privilegiados habitantes. Y donde los delitos se pagan con el soborno. “La policía no sirve para nada. Ahí afuera todo es más complicado”. Por eso deciden tomarse la justicia por su mano y emprender la caza del hombre. Un mecanismo de defensa que se basa en la demonización del otro, visto como un animal al que hay que eliminar. Dentro de esta comunidad cerrada surgen también las diferencias, pero son marginadas por aquellos que se sienten seguros poseedores de la verdad suprema e imponen a los demás sus decisiones; “La minoría acata como suyas las decisiones de la mayoría” (la comparación con la propia realidad resulta, cuando menos, inquietante).
Una película muy recomendable, que muestra de manera desesperanzada las consecuencias de un sistema corrupto, deshumanizado, sostenido por un mecanismo implacable que desecha al sobrante, al inútil, a los desheredados, a los que no merecen ni un nombre, y guiado por la doctrina del que todo lo puede: el dinero. Y con un final brutal que, a la manera de Edipo, advierte que el mal que algunos se empeñan en buscar ahí fuera, puede que esté dentro de ellos mismos. Si Edipo tuvo que arrancarse los ojos para “ver” con claridad, en este caso será el ojo de la cámara el testigo objetivo que les ilumine.
2 comentarios:
"El atroz espectáculo del daño colateral en Irak, los saqueos, la insurrección y la arrogancia imperial nos regresan a un siglo XVIII, sólo que con alta y mortífera tecnología. Esas visiones catastróficas acompañan el parto de una era en la cual desfilarán nuevos horrores, que ya la televisión se encargará de esterilizar para su consumo. Pero nada hay más perverso que mostrar los conflictos armados con una cara amable. La guerra debe horrorizar, quitar el sueño y el apetito; de otro modo nos condenamos al embrujo del mito bélico, con la muerte, el dolor y la destrucción que supone".
Naief, Yehya.(Guerra y Propaganda: Medios masivos y el mito bélico en EE.UU. Paidós, 2004)
Vídeo: UV vs Plan de Bolonia. Imágenes que grabé el jueves en la manifestación. Deja tu comentario u opinión.
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