sábado, 29 de noviembre de 2008

Ya es invierno en...

"La gente siente que puede confiar en lo irracional, que nos ofrece la única garantía de libertad ante todas las hipocresías y sandeces y anuncios publicitarios que nos meten los políticos, los obispos y los académicos. La gente trata voluntariamente de volver al primitivismo. Anhela la magia y la sinrazón, que tanto le ha servido en el pasado y que puede ayudarle de nuevo. Desea entrar en una nueva edad de las tinieblas. Las luces están encendidas, pero la gente se refugia en la oscuridad interior, en la superstición y en la sinrazón. El futuro va a ser una lucha entre extensos sistemas de psicopatías rivales, todos deseados y deliberados, parte de un desesperado intento de huir de un mundo racional y del aburrimiento del consumismo. (...) La sociedad de consumo es una especie de estado policial blando. Creemos que podemos elegir, pero todo es obligatorio. Si no seguimos comprando fracasamos como ciudadanos." (Bienbenidos a metro-centre, J. G. Ballard, 2008)

martes, 25 de noviembre de 2008

Las cosas han de ponerse muy mal para que después se pongan bien

Muchos analistas ven en la actual crisis el fin de una era, el fin de un sistema económico y político implacable; y una oportunidad para el cambio. Se habla de reformulación, de reinvención, de cambio de rumbo. Una situación que exige pararse a reflexionar, a corregir los errores de un mundo egoísta e insolidario. Sin embargo algunos no lo ven así y en lugar de aceptar los errores de un sistema que ayudaron a crear, se empeñan en seguir con la misma cantinela. Son como aquellos músicos del Titanic, quienes ante la evidencia del naufragio prefirieron seguir tocando como si no pasara nada.

En España tenemos algunos ejemplos de estos temerarios obsesionados por interpretar su papel, que este fin de semana nos han obsequiado con algunas frases para la historia. Su generosidad no tiene límites.  La oportunidad la propició el encuentro de dos grandes amigos en el congreso del PP en Madrid. Esperanza Aguirre y José María Aznar cargaron contra el actual líder, Rajoy, al tiempo que aprovechaban para defender a ultranza el papel del neoliberalismo. “Yo no voy a pedir perdón por ser liberal, por mucho que me critiquen”, apostillaba Pablo Casado, líder de Nuevas Generaciones. “Defended vuestros principios siempre y sin complejos. Nuestras ideas son mejores que las suyas”, animaba Aznar. Pero la que parecía tenerlo más claro era Aguirre, esa mujer siempre sonriente que habló sin tapujos, con la seguridad de un tribuno: “El virus del totalitarismo tiene una enorme capacidad para mutar. El comunismo puede resucitar en forma de fundamentalismo islámico, de populismo latinoamericano, o de sacralización del Estado y el intervencionismo”. Segura de poseer la prerrogativa de la verdad, privilegio de aquellos tocados por la mano divina, continuó: "Está de moda decir que no está claro qué es verdad y mentira, qué está bien o mal. Pero sí que hay verdad y mentira, y héroes como Miguel Ángel Blanco y canallas como el Che Guevara".

Desde su particular visión, la crisis mundial es obra de la excesiva regulación, “ahora algunos abrazan las falsas recetas del intervencionismo, pero la culpa es de los organismos que han regulado mal", dijo Aguirre. Su negativa a admitir la evidencia de los hechos puede obedecer

tanto a su celo profesional, como al perjuicio de ceder su puesto en el banquete de gala, tal como les ocurría a los protagonistas de Las truchas (José Luis García Sánchez, 1978), en la que los miembros de una agrupación deportiva de pescadores de caña se reúnen para celebrar su banquete anual. Todo está preparado para la gran celebración, pero las circunstancias se van a volver en su contra. En la calle, una multitud que se agolpa a las puertas del restaurante reclama su derecho a disfrutar del convite, al ritmo de La Internacional. Y en el interior, los cocineros se han declarado en huelga para exigir los atrasos y el alta en la seguridad social. Finalmente, y a punta de pistola, los comensales pueden sentarse a la mesa y escuchar el discurso del presidente: “Cuando los pilares de nuestra civilización se tambalean no podemos dormirnos en los laureles, disfrutando de lujosas fiestas y exclusivos restaurantes; hay que preguntarse qué anhelo impulsaba a aquellos que supieron escribir las mejores páginas de nuestra historia, hay que tener en cuenta que en los tiempos gloriosos de nuestra dominación del mundo no existían ni el sedal, ni el nylon, ni el cebo artificial, pero llevamos al nuevo continente el caballo, la religión y la caña de pescar. Con ello ayudamos a que los indígenas desarrollaran neuronas, mediante la concentración mental que se requiere. Y que ellos habían perdido por el nefasto consumo de drogas”.

García Sánchez plantea la película como una alegoría de la España de la transición (en el año de su estreno se ratificó la constitución mediante referéndum), en la que una minoría acomodada se resistía a renunciar a los privilegios del antiguo régimen. Y para ello apelaban al espíritu deportivo: “En todas las sociedades, en todos los concursos, en todas las habitaciones y en cualquier espacio, hay mentirosos, hay tramposos, hay enanos, hay beduinos, hay pequeñajos, pero, por encima de todo, lo que hay son hijos de puta. Lo que pasa es que, por encima de todo, hay deporte, y en el deporte hay que saber perder.”

Cuando se sirven las truchas, se dan cuenta que están podridas, pero los socios no están dispuestos a admitir que las cosas van mal, y un extraño vínculo de solidaridad, sentido del honor y fidelidad a los estatutos del club, acaba por hacerles limpiar hasta la última raspa, sin que nadie se decida a abandonar el festín.  En este ambiente claustrofóbico, que nos remite al film  El ángel exterminador (Luis Buñuel, 1962,), , van a florecer sus más bajos y oscuros instintos.

De vuelta al presente, el olor a pescado podrido persiste y tampoco falta quien apoya los codos contra la mesa dispuesto a seguir con el repugnante banquete.

Y, ahora me gustaría saber tu opinión. ¿Ves acertado el paralelismo que he planteado? ¿Te parece gratuito? Agradeceré tus comentarios. Por mi parte, voy a dedicarles una canción a los que predican sobre un pedestal: Bigmouth strikes again (The Smiths) 

lunes, 24 de noviembre de 2008

¿Quien vigila a los vigilantes?

El club de la ley del más fuerte siempre contara con adeptos. La falta de cerebro, carácter, autoestima etc., sigue siendo la premisa sobre la que muchos construyen su afán por inculcar su “particular distinción” entre el bien y el mal a base de mamporrazos.

La muerte del joven Álvaro Ussía a manos de un portero de discoteca nos hace pensar en cómo y a quien las empresas, particulares, asociaciones e incluso el propio Estado da la potestad para hacer cumplir el bien y mantener el orden, algo que a mi se me antoja demasiado metafísico como para ser tarea de seres humanos atiborrados de anabolizantes y obsesionados con el tunning.

Y es que cierta gente (puede que por la falta de cerebro mencionada), confunde su tarea de “ayudar” con la de “intimidar” al personal. Un trabajo como el de portero, policía o vigilante en general, debería ser llevado a cabo por personas con una dote especial de sentido común, y sin embrago en la mayoría de las ocasiones son personas bajo el influjo de su propio auto rechazo los que terminan dedicándose al mamporro vocacionalmente.

Para todos ellos y por supuesto (y con más ganas) para todos los demás recomiendo hoy Watchmen, por ser una novela gráfica cuya historia gira en torno a una cuestión algo retórica pero vigente: ¿Quién vigila a los vigilantes?

Vigilar y hacer cumplir lo que se entiende como “el bien” entre los demás ha sido la excusa histórica para un sinfín de atrocidades cometidas por la humanidad hasta la fecha. Actos que en el fondo respondían a la alimentación del ego de países o personas acomplejadas (para muestra: la actual guerra de Irak). Watchmen, un cómic escrito por Alan Moore e ilustrado por Dave Gibbons en 1987, aparte de ser un icono de la cultura popular de los 80, también resulta una profunda reflexión acerca de lo erróneo de depositar en la fuerza la autoridad para distinguir entre el bien y el mal.

La historia que se cuenta propone un futuro-pasado alternativo que se desarrolla en 1985 (lo que se conoce como ucronía). Un momento en el cual los Estados Unidos han conseguido imponer su dominio en el mundo a base de su fuerza (algo que nos sonará a todos) y donde la única amenaza contra su predominio es la inminente guerra nuclear (y consiguiente destrucción total) contra la Unión Soviética. Es en este contexto donde Watchmen narra las vidas de dos generaciones seguidas de una estirpe de pseudo-superhéroes que intentan velar por el bien de la población.

De esta manera la novela plantea como estos “vigilantes” son víctimas de su propio ego y por supuesto del de las demás personas con más poder o “fuerza que ellos”. Una deconstrucción de la figura del “héroe forzudo” a través de superhéroes sin poderes, alcohólicos, depresivos e incluso con problemas de erección. Una forma de evidenciar que el más fuerte no siempre es el que gana.

Mucho se ha dicho de este cómic (en 2005 la revista Time lo incluyo entre las 100 mejores novelas escritas desde 1923), y mucho sin duda se dirá ya que para el próximo verano se espera su adaptación a la gran pantalla de la mano del director Zack Snyder (300, Amanecer de los Muertos). Por eso y antes de que el cine haga que todo el mundo conozca esta historia (seguramente cargada de efectos especiales), os animo a que os sumerjáis en las 400 y pico páginas de esta historia, incluso a los que como yo sean totalmente ajenos al mundo del cómic, ya que una vez se familiariza uno con su lenguaje resulta imposible no engancharse a esta historia de vigilantes y vigilados, donde se evidencia que "el control por la fuerza” termina por donde comienza la propia autodestrucción.

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Enlaces:

Más información sobre Watchmen

Trailer de la película


domingo, 23 de noviembre de 2008

El sueño de la razón produce monstruos


Poeta es todo aquel que siente el deseo irrefrenable de transgredir verdades establecidas. Bajo esta máxima, queremos recordar la primera película David Lynch,  un artista que siempre ha entendido el cine como un arte, una obra abierta a nuevas lecturas, nuevas representaciones que permiten transformar la realidad. Pues, de otra manera estaríamos atrapados por la tradición. 

Se  trata de Erasehead (1977), un film en blanco y negro, que pone en escena los fantasmas del deseo, envuelto en una atmósfera enfermiza y llena de sugerencias.

Al comenzar, una ingrávida cinta parecida a un espermatozoide magnificado sale de una cabeza que flota en el espacio y parece fecundar un óvulo gigante. A partir de ahí, se suceden todo tipo de imágenes evocadoras del abandono del seno materno por el nuevo ser: la serie culmina con la aparición de un ser deforme, medio enano, con aspecto de oficinista, que camina solitario por un paisaje lleno de referencias a la civilización industrial (en su faceta de fotógrafo, David Lynch se caracteriza por las imágenes de viejas fábricas solitarias en blanco y negro). Cuando este personaje solitario visita a una familia cuya hija está preñada, las sospechas de paternidad recaen sobre él, que incapaz de escapar a la fatalidad, acepta las consecuencias. De esta manera, nace un ser monstruoso, informe, húmedo y babeante. La vida en común de estos personajes pone de relieve los aspectos más disparatados de la convivencia: la crueldad, el masoquismo, el egoísmo, el dolor, la enfermedad, el odio, la miseria, los tabúes… Cuando los hombres sueñan lo hacen con un paraíso de cartón piedra y escenas de pastel de nata y fresa, pero la pesadilla invade el sueño, la cabeza del persona. Finalmente, este individuo se siente pieza de un engranaje que lo utiliza, aunque sea para algo tan insignificante como la goma de borrar del clásico lápiz americano. El film termina con el intento de asesinato del hijo por el padre que hace saltar al planeta en pedazos, para concluir con la ascensión a los cielos.

El estilo de Lynch pone en imágenes la dolorosa belleza de lo atroz, una puesta en escena que agita los cinco sentidos y que nos incita a escapar del imperio de la razón. 

lunes, 17 de noviembre de 2008

"El mundo es de los {poderosos} que afilan ciegas espadas ajenas" (Operación masacre, Rodolfo Walsh)



“Sería un error que unos meses de crisis acaben con más de 60 años de éxito y libre mercado”, estas “sabias” palabras las pronunció esta semana el todavía presidente de EEUU, George W. Bush, el peor valorado de la historia, según las encuestas. Un incomprendido, al que “la historia le hará justicia”, según el ex presidente, y ex señor con bigote (tan solo queda una sombra), Aznar. Quien se ha convertido en una especie de “francotirador con altavoz”, que igual postula negando el cambio climático;  que aparece en Túnez alabando “el  progreso y apertura” del país, la más férrea dictadura del noroeste de África, según Amnistía Internacional; o denuncia en un periódico checo, mientras visitaba en Libia a su líder militar Gaddafi, la “tiranía” de Cuba. Está claro, el lleno de la botella o el color de las cosas depende de los ojos con que se mire. “Es que tú me miras con malos ojos”. Pues eso.

A estos dos “señores de la guerra” les une su gran contribución a “la seguridad y la extensión de la libertad” (¡Qué palabra tan envenenada!), así como su afición a tirar “pa lante” con lo dicho y mirar para otro lado cuando las cosas se ponen feas. Su posición privilegiada se lo permite. En este caso, cuando alguien comete un acto despreciable, inhumano, sobre todo si tiene consecuencias graves sobre millones de personas, puede pedir disculpas y enmendarse o replegarse en su propia coraza, hecha de las mismas mentiras y justificaciones, mil veces repetidas. Si se elige la segunda opción, más vale que la coraza se convierta en una fortaleza protegida, pues la humillación, el desprecio y la exclusión social constituyen un semillero de odio que se puede volver en su contra. Tanto la guerra como el libre mercado crean dos bandos enfrentados: vencedores y vencidos, poderosos y débiles, ricos y pobres. De tal manera que, cuanto mayor es la diferencia entre unos y otros, mayor es la valla que les separa.

Naomi Klein detalla en su libro La doctrina del shock (¡ese pedazo de libro!) cómo desde el 11S la seguridad nacional se ha convertido en uno de los negocios más rentables. En él, la autora reproduce algunos extractos del documento escrito por John Rovv, un antiguo comandante de Delta Force convertido en exitoso consultor en temas de seguridad. Quien anuncia un mundo de zonas residenciales de seguridad, donde aquellos que estén fuera del recinto, “ se las tendrán que ver con los restos del sistema nacional. Gravitarán en torno a las ciudades norteamericanas donde estarán sujetos a la ubicua vigilancia y a los marginales o inexistentes servicios. Para los pobres no habrá otro refugio".

 

Un siniestro presente, más que un probable futuro, que es retratado con crudeza en La zona (Rodrigo Plá, 2007), una película que pasó sin pena ni gloria por los cines. En ella, tres jóvenes aprovechan la oportunidad para colarse en una zona residencial vallada, con el objetivo de robar. Un lugar donde rige una justicia particular a la medida de las necesidades de sus privilegiados habitantes. Y donde los delitos se pagan con el soborno. “La policía no sirve para nada. Ahí afuera todo es más complicado”. Por eso deciden tomarse la justicia por su mano y emprender la caza del hombre. Un mecanismo de defensa que se basa en la demonización del otro, visto como un animal al que hay que eliminar. Dentro de esta comunidad cerrada surgen también las diferencias, pero son marginadas por aquellos que se sienten seguros poseedores de la verdad suprema e imponen a los demás sus decisiones; “La minoría acata como suyas las decisiones de la mayoría” (la comparación con la propia realidad resulta, cuando menos, inquietante).

Una película muy recomendable, que muestra de manera desesperanzada las consecuencias de un sistema corrupto, deshumanizado, sostenido por un mecanismo implacable que desecha al sobrante, al inútil, a los desheredados, a los que no merecen ni un nombre, y guiado por la doctrina del que todo lo puede: el dinero. Y con un final brutal que, a la manera de Edipo, advierte que el mal que algunos se empeñan en buscar ahí fuera, puede que esté dentro de ellos mismos. Si Edipo tuvo que arrancarse los ojos para “ver” con claridad, en este caso será el ojo de la cámara el testigo objetivo que les ilumine. 

De lo mejor y de lo peor

Algo teníamos que decir al respecto. La elección del primer presidente afroamericano de Estados Unidos es un hecho lo suficientemente relevante y estimulante como para no buscarle las vueltas en este blog.
En los últimos días todo han sido felicitaciones colectivas. Una especie de “asombro global” que lo tinta todo de cierta esperanza de cara al futuro (aunque algunos desconfiados no seamos capaces de espantarnos la mosca de detrás de la oreja).
Seguramente la elección de Barak Obama no sea ni tan repentina ni tan “sorprendente” como algunos medios la venden. Por otro lado su procedencia tampoco dista tanto de la de cualquier presidente anterior (Harvard y todo el rollo) a excepción de su color de piel (aunque Colin Powell también es negro, o no...).
Sin embrago lo que no admite duda es que algo ha empezado a cambiar en EE.UU., y que lo ha hecho de manera que, una vez más, este gigantesco país que lleva en nuestras pantallas desde que tenemos ojos para mirarlas, nos ha demostrado que es capaz de lo mejor y de lo peor.
Da la sensación de que todo es enorme en USA, los coches, las casas, las manos de espuma para animar en los partidos de baseball, los aciertos y los fracasos.
Se trata de un lugar y una cultura capaces de imponer un sistema de mercado mucho más restrictivo con la gente que la mayoría de dictaduras conocidas, de bloquear económica y socialmente un diminuto país a solo 30 millas de sus costas, de embarcarse en guerras injustas como Vietnam e Irak o de nombrar como presidente a un niño pijo e ingenuo, hijo de otro presidente mediocre como es Bush.
Aunque también es cierto que es un país capaz de inventar el Rock & Roll, el cine clásico e incluso nombrar como presidente a el hijo de un africano dando una especie de soplo de esperanza al agonizante panorama político internacional.
Por supuesto desde este blog condenamos la parte mala con la que este país escupe al resto del mundo, pero también reivindicamos la parte buena en un momento en el que sentimos que es necesario hacerlo. Y lo hacemos a través de una obra que quizas sea el mejor alegato en defensa de este país de enormes distancias, naturaleza brutal, y sensación de libertad salvaje, se trata de “En el camino” de Jack Kerouac (1957). Un libro del que podríamos decir muchas cosas, pero del que simplemente resaltamos su condición de metáfora de toda una filosofía de vida por la que fluye el rock, la superación personal, y la importancia de no dejar nunca el camino por el que te lleven tus sueños. Un camino del que en cierta manera Obama es hoy un representante más.

“De pronto el y yo vimos el país entero como si fuera una ostra abierta; y tenía perla, ¡tenía perla!”
“ Aunque mi tía me avisó de que podía meterme en líos, escuché una nueva llamada y vi un nuevo horizonte, y en mi juventud lo creí; y aunque tuviera unos pocos problemas e incluso Dean pudiera rechazarme como amigo, dejándome tirado, como haría más tarde, en cunetas y lechos de enfermo, ¿que importaba eso?. Yo era un joven escritor y quería viajar.
Sabía que en el camino habría chicas, visiones, de todo; sí, en algún lugar del camino me entregarían la perla.” Jack Kerouac, “En el camino” (On the way, 1957)

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Enlaces:
Video de Easy Rider. Rock & Roll, naturaleza y libertad salvaje: el perfil bueno de USA

Más información sobre Kerouac y la "Generación Beat"

sábado, 15 de noviembre de 2008

El beso del asesino...

"Hay muy pocas cosas que sean tan alentadoras y estimulantes como ver morir a alguien". "Somos capaces de los actos más bondadosos y de los más perversos, lo que ocurre es que, cuando nos interesa, no distinguimos unos de otros". (Stanley Kubrick)

La realidad supera a la fricción


Han sido muchos años, muchos gritos, mucha sangre, muchos sustos y demasiados fenómenos paranormales. Tantos que el cine de terror ha acabado en nuestros días por convertirse en un cuento chino (o asiático en general) en forma de superproducción norteamericana.
A la gran cantidad de imágenes que vemos continuamente se suma el hecho de que casi cualquier superficie plana y oscura termina por ser una pantalla, e incluso en ocasiones una cámara. En este contexto estamos desarrollando el culto por la imagen “sucia” pero real y por tanto inquietante. Ya no nos impresionan los efectos especiales, o los chorros de sangre de las películas gore, o por lo menos ya no lo hacen tanto como las imágenes grabadas por el móvil de una agresión en el metro por ejemplo. Este cambio en la sensibilidad de la mirada afecta al que, en mi opinión, se podría entender como el gran testigo de la conciencia social a través de la historia contemporánea: el cine de terror.

De la misma manera en que el terror en los cincuenta, sesenta y setenta reflejaba la calma tensa de la guerra fría, con alienígenas de aspecto ruso o infecciones ideológicas en toda regla (como en “La invasión de los ultracuerpos” ), en los ochenta (y ya desde finales de los setenta) se paso a atacar la propia conciencia humana, el subconsciente de una sociedad que ya se sabía encaminada hacia el consumo masivo y el capitalismo sin tregua (pienso por ejemplo en “La Matanza de Texas” o “Pesadilla en Elm Street” ).
Después de una década de los noventa obsesionada con los efectos especiales y con llevar más allá el filón económico del llamado terror adolescente (como en “Scream”), nos encontramos en un momento del cine de terror donde la industria norteamericana parece haber encontrado cobijo en los remakes del cine de terror asiático hasta que la manera de entender este tipo de cine cambie completamente hacia películas de tono real y semidocumental que apelen a esta imagen “sucia” anteriormente comentada (el éxito de películas como “Monstruoso” o la más cercana “Rec” sirven de testigo de esta manera de intentar asustar al personal de una forma creíble).

En este punto es donde quiero reivindicar un cine que se sitúa a medio camino de esta obsesión por la imagen “real” y el afán por inquietar al espectador. Se trata de un cine frío e impactante en el que la producción europea parece haber superado con creces a la norteamericana. Es el cine de las películas de Michael Haneke ( “El video de Benny”, “La pianista” ,…). Una manera de hacer cine que indirectamente y sin ninguna pretensión está afectando y afectará a la manera de entender el género de terror en el futuro.
Una corriente de la cual la película que quiero tratar hoy es un exponente puntero (y además es de producción nacional!). Se trata de “Las horas del día” de Jaime Rosales (2003). Película que encontrareis en las revistas y páginas de cine catalogada como drama, suspense, etc., pero que en mi opinión es una muestra del nuevo cine de terror capaz de conseguir lo que los efectos especiales y los universitarias norteamericanas amenazadas por fantasmas ya no consiguen: atemorizar y permanecer en el subconsciente del espectador por mucho tiempo.
La cinta esta grabada de manera implacable y distante a la vez, en un tono que resulta alarmantemente real, tanto que quizás sea esto lo que la convierte en una especie de relectura del cine de terror de loa últimos tiempos; el hecho de que en todo momento de la sensación de cualquiera podría ser testigo en el mundo real de la exasperante historia que se cuenta.
El peligro o el mal en “Las horas del día” no llevan una máscara de hockey, ni una sierra mecánica, ni tiene la piel quemada ni cuchillos punzantes en sus dedos. Más bien, se trata de un tipo que desayuna con su madre y se plantea cosas como dejarse barba o no lo que a la postre resulta infinitamente más demoledor.

Inexplicablemente se trata de una pelí no muy conocida por el gran público (ni siquiera después de que su director consiguiera el Goya en 2007 por “La Soledad” ). Quizá sea porque las películas de Rosales (y de este “nuevo cine de terror” en general), intentan llegar al espectador desde la realidad para hacer de esta algo asfixiante y aberrantemente reconocible. Un rechazo en banda a recurrir a la "fricción de imágenes" en la sala de montaje que se supone que se espera de toda cinta terrorífica.
Me imagino que su director en ningún momento tuvo en mente rodar una película de terror, sino más bien un alegato sobre la incomunicación en la sociedad moderna, lo que en mi opinión resulta sospechosamente similar.
Recomiendo esta película como una de las grandes olvidadas del cine español de la presente década. Una historia perturbadora que removerá las conciencias de todo aquel que utilice el transporte público.
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Enlaces:

sábado, 8 de noviembre de 2008

Una puntada...

"Claro que la música puede sacudir conciencias y cambiar una parte del mundo, mis canciones no llegan a millones de personas, pero sí a unos cuantos cientos, y son efectivas. Quien quiera escuchar será más consciente de nuestros problemas, de la hambruna o la violencia en las calles" (Femi Kuti, músico, 2008)

martes, 4 de noviembre de 2008

Un pespunte, con permiso...

“Pienso ahora en las otras muertes que imaginábamos, las muertes absurdas de los contusos, los mutilados y los tullidos. Pienso en los accidentes de los psicópatas: colisiones improbables llevadas a cabo con rencor y disgusto, insidiosos choques múltiples entre oficinistas exhaustos en coches robados al atardecer. Pienso en accidentes absurdos, amas de casa neuróticas que vuelven de la clínica de enfermedades venéreas y se estrellan contra coches estacionados en calles suburbanas. Pienso en los accidentes de esquizofrénicos excitados que envisten de frente el camión de un lavadero, descompuesto en una calle de una sola dirección; en maniaco-depresivos aplastados mientras dan inútiles medias vueltas en los accesos  a una carretera; en paranoicos infortunados lanzados a toda velocidad contra una pared de ladrillo en el extremo de un conocido callejón sin salida; en institutrices sádicas decapitadas dentro de coches volcados en encrucijadas difíciles; en jefas de supermercado lesbianas que arden en la carrocería destrozada de pequeños vehículos, bajo la mirada estoica de bomberos maduros; en niños autistas chocados por detrás, aplastados, los ojos dulcificados por la muerte; en autobuses repletos de débiles mentales que se ahogan estoicamente en un canal de desechos paralelo a la ruta.” (Crash, J. G. Ballard, 2008, Ediciones Minotauro, Barcelona). 

lunes, 3 de noviembre de 2008

Desfile de colmillos

Vivimos en estos días momentos harto desconcertantes. La consigna de nuestro mundo capitalista ha dejado de ser “compra y se feliz” para ser: ojo con lo que compras que pude llevarte a la mas absoluta infelicidad, al submundo de los impagados y al vértigo de cada día 31.

Los mensajes, tanto publicitarios como institucionales, han dejado de ser desenfadadamente “naive” (en plan “¡miren este wc capaz de hacer sonar música de Shakira mientras usted defeca!”), para pasarse a la práctica nada recomendable en la sociedad de consumo de alentar a la población a que guarde lo que tiene, de que hay “crisis”, y de que esta palabra no significa cambio sino “sumisión y espera dócil” al comportamiento del todopoderoso mercado que todo regula y todo lo sabe.

Está claro que algo va mal a los que tienen el dinero en este planeta. Muchos como yo hace siglos que cobramos sueldos bajísimos y que corremos delante del infierno acechante del contrato “eventual”. Otros hace ya también lo suyo que esperan ante la imposibilidad de acceder a una casa propia o desesperan ante la posibilidad de perder la que ya tienen. Sin embargo, y por las razones que sea, es ahora cuando algo va mal de verdad, cuando los bancos tienen que entonar el “réquiem por los que van a morir” y nos necesitan temerosos e impresionados ante el poder del dinero. Quietos, para reparar la maquinaria del capitalismo.

Viendo por la tele esas reuniones de altos cargos, esas medidas de urgencia capaces de saltarse a la torera la propia filosofía del capitalismo si es por el bien del capitalismo, esos rostros donde se presume la tensión de perder aunque sólo sea una parte de la riqueza que poseen, etc., es imposible para mi no acordarme de la genial e infravalorada película de Román Polanski, The Fearless Vampire Killers, que en España se título “El baile de los vampiros”.

Esta cinta (al igual que el capitalismo), pretendía en el momento de su creación ser una feliz comedia. Una parodia de los miedos de la sociedad de la época (1967), reflejados en aquel cine de tonos saturados de las inmortales películas de vampiros de la Hammer (con el gran Christopher Lee como frontman).

Un director con un mundo interior tan turbio como el de Polanski y unos exteriores tan abiertos como claustrofóbicos bastaron para convertir esta comedia en un relato fascinante sobre lo horrendo y rancio que resulta el poder sobre quienes lo sostienen. Un cuento cargado de humor negro sobre la eterna lucha entre la clase alta consigo misma y con todos los demás.

La peli cuenta la historia de un investigador (Jack MacGowran) y su ayudante (interpretado por el propio Polanski), en su búsqueda de “no muertos” en los alrededores de una extraña población. Guiados por la estela del secuestro de la hija de un posadero local, los personajes son recibidos en el castillo de un misterioso conde por el cual serán agasajados en ocasiones “extremadamente”, hasta convertirse en el primer plato para sus invitados en un multitudinario baile al que acuden todos los vampiros poderosos de la región.

Me imagino que a cualquier contribuyente que vea las noticias le sonara todo aquello de ser agasajado (en forma de promesas de seguridad y cambio), para más tarde convertirse en la merienda de las vampíricas potencias monetarias que, habiendo secado sus venas acuden a las del ente público para satisfacer su ansia.

Mucho menos conocida que La semilla del diablo (1968), Chinatown (1974) o El pianista (2002), El baile de los vampiros es una de esas películas de Polanski (la verdad es que hay bastantes más) que en permanecen en el saco del olvido, pero que parecen mágicamente unidas a la actualidad, respecto a la cual siempre tienen algo que decir.

La película, de una manera muy parecida a lo que sucede estos días, funciona como una bomba de humor negro donde subyace el poder de los que tienen, frente a la sumisión incondicional de aquellos que aspiran a repartirse las migajas que desprenden los poderosos. Un ejemplo “terrorífico” (sobre todo si uno piensa en Zapatero y el G20), es el del posadero, que al convertirse en un vampiro-súbdito del conde huye de una vida y una mujer horrorosa para vivir del desenfreno y morder de vez en cuando “algún cuello apetecible”.

Os recomiendo esta peli como una de mis preferidas del director francés, y también como la poseedora de una de las mejores bandas sonoras originales de la historia del cine. Además defiendo su actualidad en base a que en cierta manera se trata de una cinta que advierte de la falsedad necesaria para mantener todo sistema de clases. Una historia y una situación en la que hasta el famoso “león de la metro” puede resultar ser una vampiro sediento de nuestra sangre.

The Fearless Vampire Killers, trailer en Youtube