Hay películas que se te quedan pegadas al salir del cine. Películas que te sacuden, te levantan de tu asiento, te traspasan como un cuchillo. Personajes a los que vas a recordar como si los hubieras conocido, como si hubieras tenido contacto con ellos. La novia de Lázaro (Fernando Merinero, 2002) es una de esas películas. Recuerdo que fui a verla con mi pareja en aquel momento, casi al final de la relación. Al salir estaba desorientado, confundido. Cuando subí al coche comencé a llorar y no pude parar hasta llegar a casa. No podía razonar qué me pasaba, había sido como una catarsis, una liberación con efecto terapéutico.
Es esta una película inesperada, que sorprende, movida por el deseo, por la búsqueda de uno mismo. Rodada en video, la cámara se mueve nerviosa a pocos centímetros de los actores con total libertad, sin restricciones técnicas, sin corsés interpretativos, justo a la altura de los sentimientos. Una cámara puesta al servicio de los personajes. “La libertad es una locura”, dice Lázaro. La libertad es un sentimiento que asusta y cada uno busca la máscara con la que salir a la calle, con la que enfrentarse al mundo. “Tremenda pinga es la vida”.
La novia de Lázaro cuenta la historia de Lázaro, un cubano que lleva un año buscándose la vida en Madrid e invita a su novia Dolores, que todavía está en Cuba. Cuando esta llega a la ciudad descubre que él está en la cárcel por rapto e intento de violación. A partir de ese momento tendrá que adaptarse a “un mundo que va más deprisa”, donde “cambian muchas cosas”, buscar su propio camino y tropezarse con una realidad que golpea: “El capitalismo no somos tú y yo; el capitalismo somos tú o yo”.
Su director la presenta como una “película viva”, libre de la ortodoxia narrativa y abierta a la improvisación de los actores. Las escenas en exterior se rodaron sin previo aviso, sin preparación, aprovechando situaciones reales, como las fiestas de La paloma, o el paso de los pastores con sus ovejas por la antigua Cañada real (donde, incluso, aparece la familia real en un balcón). De la misma manera que Cassavetes se colaba en los bares de Nueva York con la cámara de 16 mm, para captar el ambiente de manera auténtica.
Claudia Rojas consiguió el premio a la mejor actriz en el Festival de Málaga por su papel de Rosario. En una interpretación apabullante, animal, como un salto al vacío sin red. Tan real que resulta incómoda, por la impresión de estar asistiendo a un acto íntimo, privado, sobre todo en las escenas de sexo (el aspecto que más resaltaron los periódicos ). Consigue crear uno de esos personajes que desearías que existieran de verdad, para poder hablarles e ir de copas con ellos.
La película no ha perdido su vigencia, conserva toda su energía intacta, por eso queremos recuperarla y aconsejarte que la veas, que la vivas. Lejos de la pasividad y la agresión ocular que provoca el típico producto de entretenimiento, esta obra supone un acto de entrega mutuo. Pero, esto supone un esfuerzo que muchos no están dispuestos a hacer. Puede que, su visión resulte demasiado real en mundo dominado por la ficción.
Cuelgo esta canción en un intento de decir lo mismo, pero de otra manera
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